La Hermandad

Nuestras sagradas imágenes

Nuestro Padre Jesús Resucitado

La Sagrada Imagen de Nuestro Padre Jesús Resucitado es, muy probablemente, la obra más equilibrada dentro de la producción imaginera de Leonardo Martínez Bueno, por cuanto se trata de la única de todas ellas en las que el escultor conquense logró hallar un compromiso entre sus pulsiones creativas más vanguardistas y la ineludible herencia barroca de la que siempre ha bebido el género de la imaginería. Realizada en 1953 en madera de pino, muestra a Jesucristo erguido, sereno y triunfante, justamente en el momento de abandonar el Santo Sepulcro, cuando, siguiendo la narración del Evangelio de Mateo (28,2-4), se produjo un gran estruendo, un ángel refulgente retiró la gran losa que tapaba la entrada de la cámara funeraria y los soldados que hacían guardia frente a ella, “temblaron y se quedaron como muertos”.

El cuerpo del Señor muestra un dinámico pero contenido contraposto. La pierna izquierda se adelanta airosamente, en una zancada decidida que parece indicarnos que está caminando hacia adelante. Sin embargo, el pie aparece tendido sobre una nube plateada, lo que revela que el cuerpo del Salvador está elevado en el aire y que, por tanto, nos hallamos ante una apabullante aparición, lo que concuerda con el pasaje bíblico antes citado. El brazo izquierdo aparece relajado y extendido hacia abajo, ligeramente echado atrás, sujetando el lábaro con extrema delicadeza y casi sin esfuerzo. Por el contrario, el derecho aparece doblado y graciosamente alzado hacia arriba, a punto de señalar al cielo, con una moderada tensión. Esta postura tan vertical, tan aérea podríamos decir, queda reforzada por el originalísimo modelado del sudario, prácticamente minimalista, que envuelve la cintura de la Imagen adaptándose al cuerpo prácticamente sin pliegues, pero con unas llamativas vueltas que dejan ver el interior de la tela, recubierto de refulgente pan de oro.

El rostro del Señor, de gran belleza, está resuelto con un modelado muy suave en las facciones, que son dulces y armoniosas, pero muy detallado en el cabello y la barba bífida, que muestran unos sinuosos bucles, curiosamente muy barroquizantes, algo totalmente inusual en la obra de Martínez Bueno que, en este caso, es evidentemente deliberado. La mirada es decidida, penetrante, y se dirige con fijeza hacia el horizonte, lo que termina de otorgar a este Cristo una expresión serena, llena de paz, pero, al mismo tiempo, de gran firmeza y trascendencia.

Cabe destacar que Leonardo Martínez Bueno bebió clara y directamente, a la hora de realizar la Sagrada Imagen, del conocido cuadro de La Resurrección de Cristo, obra maestra de El Greco pintada entre 1597 y 1600 para el antiguo Colegio de la Encarnación de Madrid, hoy expuesta en la colección permanente del Museo del Prado. Las similitudes son muy notables, ya que la postura del Señor Resucitado es prácticamente idéntica a la planteada por el maestro cretense, que también lo presentó flotando en el aire, con un sudario muy reducido que se ajusta al cuerpo y no tiene prácticamente arrugas ni dobleces, y envuelto en un resplandor. Llama la atención la habilidad con la que el escultor conquense quiso transmitir, precisamente, esa idea de intensidad lumínica, mediante el uso del pan de oro en el interior del sudario, de un leve estofado en el exterior del mismo, o del pan de plata en la nube que sostiene a la figura.

Adrián López Álvarez

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